¡Santos días santos, Batman!

La semana pasada fui invitada por una de mis roommies a pasar las pascuas en su ciudad de origen, Huinca Renancó, que se encuentra al sur de la Provincia de Córdoba.

Hice caso omiso a los comentarios en los que les echaban carrilla (incluiré jerga mexicana para que vean lo que se siente no entender, pelotudos) diciendo que era un pueblo tan pequeño que no contaba con tiendas de ropa o universidades y que sólo tenía tres vacas. No quise hacer expectativas de ningún tipo, igual iba a conocer y disfrutar lo que se me atravesara.

Lo primero que se me atravesó fue la cama. Después de casi seis horas de viaje, era lo único que queríamos ver. Al día siguiente, me topé con el primer signo de estar en un ambiente familiar: la llamada para desayunar... Almorzar... Comer. ¡Carajo! Aún no entiendo bien el nombre y horario de la toma de alimentos (menos cómo hacen para comer tanto y estar tan delgados).

Entonces, conocí a la familia de mi roommie. Inmediatamente sentí el calor de hogar. Esa hospitalidad tan argentina que he recibido desde el día uno, esa calidez humana que hace de las fronteras geográficas un tema de larga conversación y, en esta ocasión, la protección y seguridad que sólo los padres son capaces de brindar. Esa misma tarde fui a Realicó, norte de La Pampa, donde me fasciné con las historias de los abuelos. Historias de viajes que incluían a mi país y bellas experiencias de él.

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Comida

Además de suculentas pláticas, degusté varios platillos ese día. Sí. Hemos llegado a un tema delicado. Para los que no me conocen bien, deben saber que soy un poco selectiva respecto a mis alimentos. En México llevaba una cuidada dieta alimentaria en la cual sólo hasta hace poco me estuve dando permiso de incluir comida chatarra y excesos en alcohol. Cabe mencionar que en esa dieta no entraba la carne roja, la pasta, harinas procesadas o fritas. Sin embargo, desde que puse pie en el avión hacia Buenos Aires todo se fue a la mierda. Y aunque sé que no está mal disfrutar, mi cintura dice lo contrario.

Aunado a esto está mi selectividad gustativa. No dejé de comer carne roja solamente por cuestiones de salud, sino porque no me agrada del todo, igual pasa con los mariscos. Pero, bueno, cuando eres invitada en un país no te puedes negar a probar las tradiciones culinarias. Mucho menos cuando éstas son preparadas de manera tan diferente y suculenta que te hacen olvidar prejuicios estúpidos.

Ese fin de semana comí: 
pastel de atún - pie de atún con verduras
tarta de papa - carne cubierta con puré de papa horneado (creo)
empanadas (de maíz y acelga) 
asado - aunque no cuenta mucho porque comí pollo
budín de pan - el nombre lo dice
chocotorta - postre frío hecho por una capa de galletas, seguida por una de dulce de leche
ensalada de frutas con helado - aparentemente así es como se come

Y bebí:
mamajuana - un licor de República Dominicana
terma - bebida a base de hierbas 
vino tinto (pa' qué pongo foto, todos lo conocen)

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Ciudad

Mi estancia tuvo que ser breve debido a que el día de hoy (técnicamente, ayer) tenía una entrevista de trabajo y el domingo, por ser último día vacacional, había limitadas opciones para viajar de regreso a Córdoba.

Así que le dije 'hasta luego' a la tranquila y familiar Huinca. Sí. Debo admitir que no es el tipo de ciudad a la que estoy habituada, no hay centros comerciales, edificios, ni mucho por hacer. Por un lado, creo que puede incrementar los vínculos personales, así como concentración en hobbies y estudios. Un lugar perfecto para iniciar una familia, quizá. Un poco como los suburbios estadounidenses, pero sin tantos espacios recreativos; por otro lado, puede ser la excusa perfecta para huir de casa y viciar. 

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He venido descubriendo que los espacios son sólo eso. Puedes estar en el mejor lugar del mundo y no disfrutarlo o, bien, lo opuesto. Las opiniones son siempre relativas, y la mía respecto a esta experiencia está basada en el calor de hogar que hace mucho no tenía, en la hermana mayor que tanto extraño y la remembranza a cuando aún era menor de edad y no podía acceder al entretenimiento adulto. Por lo que, sí: conocí y disfruté... Muy a pesar de las ocho horas nalga en el colectivo de regreso a Córdoba.


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