Amor en el sur del continente

Mucho se dice sobre el amor: que se encuentra en diversas formas, no conoce edad o género, no distingue estrato social y que todo lo vence. Mi -tal vez poca- experiencia me dice lo contrario respecto a esto último. Si bien el sentimiento puede persistir ante circunstancias complicadas, la relación no lo hace. Hay factores que son imposibles de superar. La distancia es uno de ellos.

Creo que todos hemos vivido en carne propia o hemos presenciado la incomodidad que resulta de siquiera considerar tener una relación a distancia. En el momento, piensas que es posible: harán videollamadas en skype, whatsappearán todo el día, se enviarán imágenes y la comunicación será excelsa. ¡Ya está! Pero, ponemos los pies sobre la tierra (si es que lo hacemos) nos damos cuenta que, para empezar, el contacto físico es necesario y, para seguir, los contextos siempre son importantes. 

Y, bueno, cuando la resignación llega, lo siguiente es decidir qué decir y qué callar definitivamente. Es de las pocas ocasiones en las que tienes el tiempo de pensar bien tus palabras y no arruinar el momento. Después no podrás decirle más nada. No puedes reprocharle nada del pasado. Tampoco puedes pedirle nada para un futuro. Lo más apropiado es agradecer, expresar lo que hayas guardado y disfrutar ese presente.

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En esta ocasión, no hablaré de mí. A pesar de que, debido a la situación en la que vivo, podría desnudarme y hacer una verdadera catarsis por aquí, no lo haré. En lugar, compartiré la primera historia de amor que presencié en estas tierras sureñas. Una historia de las más puras que leerás, libre de egoísmo y llena de ilusión. De ésas que están construidas a base de detalles y buenas intenciones.

Ellos, ambos iniciándose en la adultez, coincidieron en un punto de sus vidas en el que la toma de decisiones definiría su vida en los siguientes años. Estudiar: qué estudiar, dónde estudiar. Aprobar, reprobar, trabajar, mudarse, quedarse... Al mismo tiempo que buscaban conocer y adaptarse a gente nueva. Gente que bien podría estar o no en su futuro.

Cuando vives una situación así, lejos de casa y de todo lo que conoces, el camino "fácil" es empezar una relación amorosa. Fácil porque estás dispuesta, vulnerable, quieres confiar en la gente y buscas cómplices para tu nueva aventura. Aunque esto de fácil no tiene nada, precisamente porque una mala decisión puede llevar a cualquiera de las dos partes a su lugar de origen, a kilómetros del otro. Justo como le pasó a esta joven pareja.

El vínculo que comenzó tan incauto como muchos, se estrechaba cada día más. Él la incluía en sus pensamientos, y buscaba hacerla sonreír. Sólo eso. No esperaba nada más. Ella vivía una inestable situación que no le permitía saber más de sí. Hasta el día en que supo que su partida estaba cerca. Fue en ese momento cuando terminó lo que nunca inició. Perfecta historia de amor aquella que queda en la ilusión, en las buenas intenciones, las sonrisas, las miradas compartidas y las pláticas sosas que provocan carcajadas extenuantes. 

Cuando llegó el momento, ese mismo del que hablábamos arriba: la despedida. Él, como todos, pensó en la posibilidad de externar lo que guardaba. Luego lo pensó mejor. Y, aunque no usó palabras delatoras, creo que sí lo dijo después de todo. Los detalles hablan y, confesémoslo, ¡matan! Que él te busque, te escriba, te piense... Que encuentre la manera de expresarse más allá de las palabras, que idee la forma de sorprenderte y hacerte sonreír. No se necesita dinero, con el ímpetu juvenil sobra. Lamentablemente, estos detalles se van perdiendo mientras las heridas van apareciendo. -Lo dice alguien que vive ocho años adelante de estos personajes.-

Ellos conocieron la desilusión que una mala decisión arrastra. Conocieron lo efímero que puede ser el amor, y también conocieron otra parte de ellos que vivía en alguien más.

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