Uru-why Parte II
... Continuación
Y, bueno, hubo cosas más trascendentales que ese momento. Por ejemplo, sentirme en casa aun sabiendo que debía tener cuidado y mantener los ojos abiertos. Nunca los cerré. Al menos no tanto como en León. El hecho de que palabras como bondi y remis ya estuvieran tan instaladas en mi mente como el valor promedio de las cosas en peso argentino hicieron todo sumamente llevadero. Saber que los domingos nada estaría abierto, que no encontraríamos nada para almorzar (comer) después de las 15 y, al mismo tiempo, habituarse a esta forma de decir la hora no fueron problema en esta ocasión. Contrariamente a aquel día de marzo en el que di cien dólares a cambio de novecientos y tantos pesos, el día en el que el trayecto en taxi me salió casi igual que el trayecto en colectivo.
Éste, y otros factores que por ahora olvido, eran desconocidos por "mis" visitas, así que trataba de ponerlos en contexto cada que podía. Había tanto que quería compartirles. Eran las primeras caras familiares que veía después de cinco meses. Quería contarles todo. Obviamente empecé por los términos que me parecían chistosísimos y que tanta confusión me habían llegado a causar (chongo, cajeta, joda).
...
Día 2
El segundo día inició de una forma extraña. Le pedí que me despertara. Y lo hizo... De pronto, sin saberlo, me despertó de un letargo de un año. Es tan ridículo cómo un minúsculo gesto puede hablar tan fuerte. Tan irónico cómo un par de amantes de las palabras se comunican mejor con el lenguaje corporal.
Todo ese día y desde entonces no puedo quitar de mi cabeza un solo pensamiento: ¿cómo era posible que personas que tenían meses de conocerme me trataran mejor que él, que me conocía de más tiempo y que "me quería"? ¿Cómo era que un argentino pudiera despertarme besando mi mejilla, sonriéndome, haciéndome el desayuno, y él me moviera bruscamente para lograrlo? Gracias por despertarme.
Pero, bueno, todo normal, ¿no? No pasa nada. A desayunar, que nos esperaba un día en San Telmo, Boca, Puerto Madero y Palermo. Estaba emocionada, sí, pero quería estar sola. De pronto ya no fue tan buena idea esto de que vinieran...
Tomamos una calle, no recuerdo su nombre, donde iniciaba un tianguis que nos llevaría a San Telmo. Consejo para futuros turistas, éste es uno de esos sitios en el que aplica el "si te gusta, cómpralo de una vez". Aplica sobre todo para mujeres. Es típico que vemos un souvenir tantas veces que juramos que lo volveremos a encontrar más adelante. Y sí, San Telmo es así. Puedes encontrar a Mafalda, al Che, a Evita y a Gardel en todas formas, olores y sabores, pero si no lo compras en Buenos Aires no lo encontrarás en ningún otro lugar. Por lo menos no en la misma gama de opciones.
Mil y un cosas quería comprar. Hice cálculos maletales. No había forma. Un par de semanas después iría a visitarme mi hermano no sanguíneo, quien me llevaría una maleta con ropa primaveral (estábamos a un mes del cambio de estación) y se regresaría esa misma llena de lo invernal. Igual dudaba que pudiera caber un alfiler más en esa maleta, pero ésa ya sería tarea de Papá Perú unos cuatro meses después.
Todo era hermoso. Cada detalle: la marioneta que baila tango, el letrero hecho a mano, con colores brillantes. Era como un Tonalá con olor a choripán. Me encantó que los vendedores estuvieran bebiendo mate, que fueran tan amables a pesar de lo que dicen los anti-porteños. Amé la banda que tocaba tango en pleno tianguis, al igual que el par de viejitos bailándolo. Pero creo que lo que más amé de San Telmo fue encontrarme con el área de antigüedades. De ésas que bien podrían estar en casa de los abuelitos. Desde monedas, botones, collares de perlas y aretes sobrecargados hasta mesas, lámparas y teléfonos viejos. Me sentía muy Phoebe Buffay pensando en toda la historia que habría detrás de cada objeto.
Intentamos comer en alguna de las casas antiguas que estaban adaptadas para ser restaurantes, nos dimos cuenta que era una zona bastante hipster. Los precios lo eran. Así que de pronto no tuvimos tanta hambre.
Rumbo a la Boca recordé lo que mis alumnos me habían dicho: "mochilas y bolsos al frente, Lore, y tratá de no sacar la cámara. Mucho ojo, che." No lo voy a negar, tenía miedo. Seguía con la idea del D. F. Sentía que en cualquier momento podían llegar por la espalda y quitármelo todo o lastimarme. Sin saber que venía siendo apuñalada por la espalda desde hacía ya un tiempo; pero que aunque ella -"mi" visita- lo quisiera, jamás me lo podría quitar todo.
.... Finalizará
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