El viaje interminable hacia las cataratas
En las muchas horas de viaje que tuve para ir a la Provincia de Misiones también tuve mucho tiempo para pensar. De ida no dejaba de pensar en lo complicadas que son las relaciones de pareja (qué raro, ¿no?) y cómo tu bagaje siempre está contigo, vayas a donde vayas. Cómo te topas con personas que quisieras haber conocido en otro momento, un poco antes o un poco después. Y, sobre todo, cómo duele cuando eres tú quien llega a destiempo la mayoría de las veces.
Cuando dejé de lastimarme con esas ideas pesimistas, empecé a notar lo realmente largo que sería el viaje y me di cuenta que las chicas que habían organizado el viaje, no tenían idea de nada: la ruta, los costos, el hospedaje, ni siquiera los lugares para hacer camping (que era la idea). No tenía acceso a Internet como para buscar, así que empecé a pensar en opciones... Que tampoco eran muchas.
Había investigado para ir a las cataratas de Iguazú y los costos eran mayores si me iba yo sola. Después me encontré con una agencia de viajes que mejoraba notablemente ese número, siempre y cuando fuera acompañada, puesto que al irme sola estaría en una habitación doble y tendría que pagarlo. Así que le comenté a una chica de Francia (que conocí a través de la amiga de un amigo) que también estaba interesada en ir. Lamentablemente, los viajes en esta agencia iniciaban en domingo y nos harían regresar en miércoles o jueves, perjudicando nuestras labores. Por lo que, cuando la chica francesa leyó en couchsurfing (red social de hospedaje) que alguien de Córdoba tenía espacios en su auto para ir a las cataratas, me dijo y no lo pensamos dos veces.
No digo que haya sido mala idea, pero las probabilidades de que fuera el mejor viaje de mi vida eran un poco bajas dado que a la francesa la había visto una vez en mi vida y a las otras chicas las conocía únicamente por texto. Lo único que nos unía era el gusto por viajar y estar en Argentina. Demasiadas variables en el aire porque, aun cuando son razones muy grandes, descubrí que hay diferentes formas de viajar.
En cada viaje, por corto que sea, se aprende algo (si se cuenta con disposición). Cuando viajas solo, tienes tiempo de reflexionar sobre tu pasado, tu futuro y disfrutas plenamente de los paisajes, olores, sabores; puedes analizar a la gente, el lugar, sus tradiciones y ritos sociales. En ocasiones, llega un punto en que te gustaría poder compartir esos escenarios con tus seres queridos; cuando eso no es posible, valoras tu soledad, tu espacio y poder tomar tus propias decisiones sin tener que considerar las de otros. ¡Hey! Hay que ver el lado positivo, no me juzgues de egoísta.
Al momento en que vi que las chicas se desvivían por buscar a un par de hippies que nos dieron indicaciones, supe que estaba con el grupo equivocado. Nos enteramos que los lugares para acampar estaban inundados, así que la opción más barata se había ido al caño. Luego dimos vueltas en el coche -gastando gasolina a lo bruto- en busca de un hostel u hotel barato, encontramos uno, pero las chicas creyeron que era mejor acampar... Recordemos que los campings estaban inundados, la única opción era acampar en algún parque, con el riesgo de que nos detuvieran apenas lo iniciáramos. Dimos más vueltas sin rumbo, gastando gasolina (era una camioneta de seis cilindros y sólo cuatro personas), gastando nuestras energías. En un primer intento por poner orden, les puse las opciones: hotel barato, acampar en la carretera o dormir en el coche. Ellas dijeron que preferían quedarse en casa de un tipo que vivía ahí... Del que no tenían número, ni sabían donde vivía. Segundo foco rojo. En vistas de que su toma de decisiones no era muy lógica, cerré las opciones: hotel o coche. Ya era tarde, no teníamos el número del chico y no sabíamos si nos aceptaría a las cuatro en su casa. Dijeron que preferían acampar... Exacto: ¡pero los campings están inundados! ¿Expliqué mi punto?

Bueno. La primera noche terminó, pero al darme cuenta de la arbitrariedad con la que tomaban las decisiones cuyas consecuencias me implicarían, me estresé un poco sobre las siguientes noches y noté que la chica francesa estaba en la misma situación. Por lo menos ya no era la única. Hablamos por separado y empezamos a idear planes alternos, ahora que empezábamos a conocer a las otras dos. Nos dirigimos al siguiente punto turístico, me propuse olvidarme de preocupaciones y disfruté el momento. Es por personas así que siempre estoy pensando en el porvenir. Porque odio que mi comodidad y futuro dependan de otras personas, por eso planeo y busco alternativas. Excepto por esta ocasión, en la que creí ellas ya tenían todo planeado. Oh, Lore, tan ingenua que eres.
Cuando llegó la noche a cubrirnos con su manto de incertidumbre (ja), sólo sabía dos cosas: no iba a pasar una noche más en el auto y necesitaba alcohol para tolerar a las hermanas menores que nunca tuve. Así que en cuanto tuvimos acceso a Internet hice lo que cualquiera hubiera hecho en mi lugar: escribirle a mamá lloriqueando. De acuerdo, no. No lo hice. Busqué sitios para acampar y hostels en la zona. Información que serviría para nada y para todo cuando las señoritas anunciaron que se querían quedar en casa de otro tipo del que no tenían dato alguno. Después fuimos a información turística y nos dijeron de un departamento bastante económico, yo estaba cansada y le hubiera dado el sí de inmediato, pero concordaba en que la idea era no gastar así que no hice drama cuando sugirieron buscar algún hostel. Encontramos que todos eran más caros que el departamento y los baratos, obviamente, estaban ocupados. Una vez más era tarde, teníamos sueño, hambre y queríamos bañarnos. Más firme que la noche anterior, les dije las opciones: hostel incómodo de 140 pesos la noche o depa de 62.5 la noche. Obviamente el depa era la mejor opción, pero "es que la idea era acampar"... ¡¡!! ... ¿Qué les digo? Esa noche se ocultó sweet Lorraine y salió Lorenza.
Se requirió de mucha tolerancia de parte de mi amiga francesa y de mí para no ser groseras al momento de exponer nuestros puntos de vista sobre el gran dilema de esa noche, puesto que -por si fuera poco- los dueños nos dijeron que eran dos noches o nada, y existía la remota posibilidad (aunque yo sigo dudándola) de que un chico nos diera asilo a las cuatro el día siguiente. El mismo chico del que no teníamos dato... Luego el capricho de acampar regresó, aun cuando ya no era una opción. Una vez que logré convencerlas de que ésa era la mejor opción, nos instalamos, y mientras unas se bañaban, otras cocinaban. Al final, cenamos y bebimos tranquilamente como las mujeres adultas que éramos. Después de dos copas de vino, dos de esas mujeres se convirtieron en adolescentes y se empeñaron en salir de fiesta, a sabiendas de que iniciaríamos el día siguiente en cinco horas y que tendríamos mucho por caminar y disfrutar en las cataratas. La francesa y yo decidimos quedarnos y dormir, mientras que el otro par regresó diez minutos después de que sonara el despertador.

Al día siguiente nosotras disfrutamos plenamente el día: desde el tour hacia la garganta del diablo, donde terminamos empapadísimas y llenas de adrenalina, hasta las largas caminatas para recorrer cada una de las rutas y deleitarnos con diferentes vistas de las cataratas. Ellas se estaban durmiendo e incluso decían que no podían manejar de regreso al departamento, yo me opuse a conducir por dos razones: la primera incluye mi orgullo e ímpetu por enseñar una lección y la segunda, porque mi licencia internacional está vencida. La verdad es que nada me importaba, después de tremendos escenarios, de sonreír ampliamente sin parar y estar tan en contacto con la naturaleza, poco me importaba todo lo demás.
Ese día, a pesar de estar cansadas, sí teníamos ganas de salir a beber algo y regresar temprano para poder despertarnos nuevamente a las seis de la mañana e iniciar un nuevo recorrido ahora por Brasil. Sin embargo, como nuestras compañeras estaban indispuestas, nos quedamos a cocinar y beber mate. Al final creo que disfruté más beber mate y conocer un poco a mi compañera francesa. Cada vez nos entendíamos más y coincidíamos en más formas de pensar. Coincidimos en que, cuando viajas, debes hacerlo con alguien que quiera lo mismo que tú. Ni ella ni yo íbamos con el objetivo de embriagarnos a las cataratas, sino de conocer y hacerlo con pleno uso de nuestras facultades. No era nuestra primera vez fuera de casa, ni tuvimos que mentirle a nadie para hacerlo, nosotras mismas estábamos pagando por cada centavo y no podíamos acudir a papi en caso de mala administración.
Esa noche dormimos tranquilas, a pesar de que amenazaron con salir nuevamente, y el domingo disfrutamos de otra vista de las cataratas. Al terminar, tomamos camino para avanzar el viaje de regreso y paramos en Posadas, donde -nuevamente- no teníamos donde quedarnos. Sugerí buscar el hotel que nos había parecido barato, pero honestamente yo tampoco quería gastar más. La idea original era que fuera un viaje económico. La otra opción era volver a dormir en el auto. Claro, no contaba con los impulsos de las chicas que detuvieron el coche para pedirle asilo a cuatro chicos que estaban en una esquina platicando. ¿Quién se va a negar a darle asilo a una alemana, una francesa, una mexicana y una argentina que además tienen cervezas? Hubiera preferido pasar la noche en el auto. Cuatro chicas aventureras le piden asilo a cuatro chicos... Yo sí quería descansar y eso que no iba a manejar de regreso. Fue lo que les dije a las chicas, que ellos iban a esperar fiesta (si no más) y que ellas iban a conducir, que fueran conscientes de que tenían que descansar.
Ya con la cabeza fría, pensé que al ser tan joven el chico que nos albergaría era de esperarse que viviera con los padres. Eso me daba seguridad. Así que me relajé y pensé en la comodidad de tener un techo, dejar de estar sentada y poder usar un baño. Empezábamos a cocinar, pues nos moríamos de hambre y además necesitábamos preparar la comida para el día siguiente, cuando el chico nos llevó una charola repleta de empanadas de todo tipo. ¡La boca se me hacía agua! Comí un par, la francesa también. Otra de las chicas ya no quería quedarse ahí... Yo no pensaba moverme, había un espacio de cama destinado para mí y no pensaba cambiarlo por una opción inexistente. Ahora era yo la confiada y agradecida con la generosidad humana.
En ese viaje supe que la aventura tiene diferentes significados para cada cabeza, como muchos otros conceptos. Para mí, la aventura es no saber dónde acamparé, cuántas horas durará el viaje, qué comeré y en sí emprender un viaje. Para otros, la aventura implica manejar cansado y estado de ebriedad, drogarse todo el tiempo, pedirle asilo a desconocidos y andar de bar en bar coqueteando por una cerveza. No digo que esté mal tomar o consumir drogas, no soy una puritana, pero hay momentos y lugares.
Luego me di cuenta que quizá estoy envejeciendo, que mis aventuras son cada vez más controladas y no deben implicar malas posiciones para dormir porque sino no aguanto mi cuello. No sé. Digo, estoy aquí, en Argentina. Llegué conociendo únicamente vía online a tres o cuatro personas, sin haber visto en persona a quien me hospedaría. La otra teoría es que quizá somos más propensos a realizar estas aventuras cuando nosotros las controlamos, cuando hemos estado en situaciones similares y cuando estamos acompañados por nuestros amigos. Si yo estuviera acompañada de mi súper gemela, no me daría miedo ir a la India de mochilazo.
En las muchas horas de regreso me quedé pensando bastante, ya no sólo sobre las relaciones de pareja (que siguen siendo complicadas para mí), sino sobre la convivencia con otras personas, lo diferentes que somos. Una de estas chicas había estado viajando por el continente como mochilera, en un inicio me sorprendió demasiado su valor para hacerlo. Para pasar cada noche en una casa diferente, con personas que jamás ha conocido. Pensé que hace mucho que yo no tenía esa ingenuidad y confianza en la gente. El creer que alguien me recogerá en la carretera y me acercará a mi destino por mera gentileza humana... Mmmm, no sé. Por lo menos en México no lo haría.
Ella -como muchos- lo había venido haciendo como un estilo de vida, confiando en la gente, despreocupada del futuro, sin saber leer un mapa, despistada, con un español tímido, aceptando bebidas alcohólicas de cuanto chico lindo aparecía en el camino y pidiendo asilo a quien interceptara en la calle. Pero no lo había hecho sola, había iniciado el trayecto con su mejor amiga, luego se unió su hermano y en algún punto, su novio. Era la primera vez que estaba sola.
Y ése fue otro punto que me demostró la madurez que viajar acarrea: tú tomas las decisiones, tú enfrentas las consecuencias. Lo único que pensaba al dejarla en la frontera con Uruguay es que esperaba que su viaje cerrara tan bien como lo había iniciado, que ojalá aprendiera lo necesario por experiencias ajenas y no propias, que no perdiera esa inocencia, pero que fuera más cautelosa y hasta cierto punto desconfiada. Me di cuenta que la edad sí es sólo un número y demasiado relativo.
Ya con los pies en Córdoba y el cuerpo descansado, me di cuenta que lo que yo hice para venir a Argentina no estuvo tan alejado de lo que la chica alemana hizo. La diferencia es que yo llegué a un sólo couch y que ella lo hizo a través de una página que se dedica a eso. Quizá yo fui más osada/ingenua/confiada al venir sin tener referencias de quien me hospedaría y, si a ésas vamos, en este caso él también lo fue al abrirme las puertas de su casa.
Creo que es lo difícil de haber crecido en un país con tanta inseguridad, te hace creer que en vez de posibles amigos hay posibles ladrones de órganos. Y, como en todo, el balance es el ideal. Estar siempre con los ojos abiertos y las uñas afuera, pero sin llegar a matar la ilusión de que exista la bondad.
No digo que haya sido mala idea, pero las probabilidades de que fuera el mejor viaje de mi vida eran un poco bajas dado que a la francesa la había visto una vez en mi vida y a las otras chicas las conocía únicamente por texto. Lo único que nos unía era el gusto por viajar y estar en Argentina. Demasiadas variables en el aire porque, aun cuando son razones muy grandes, descubrí que hay diferentes formas de viajar.
En cada viaje, por corto que sea, se aprende algo (si se cuenta con disposición). Cuando viajas solo, tienes tiempo de reflexionar sobre tu pasado, tu futuro y disfrutas plenamente de los paisajes, olores, sabores; puedes analizar a la gente, el lugar, sus tradiciones y ritos sociales. En ocasiones, llega un punto en que te gustaría poder compartir esos escenarios con tus seres queridos; cuando eso no es posible, valoras tu soledad, tu espacio y poder tomar tus propias decisiones sin tener que considerar las de otros. ¡Hey! Hay que ver el lado positivo, no me juzgues de egoísta.
Al momento en que vi que las chicas se desvivían por buscar a un par de hippies que nos dieron indicaciones, supe que estaba con el grupo equivocado. Nos enteramos que los lugares para acampar estaban inundados, así que la opción más barata se había ido al caño. Luego dimos vueltas en el coche -gastando gasolina a lo bruto- en busca de un hostel u hotel barato, encontramos uno, pero las chicas creyeron que era mejor acampar... Recordemos que los campings estaban inundados, la única opción era acampar en algún parque, con el riesgo de que nos detuvieran apenas lo iniciáramos. Dimos más vueltas sin rumbo, gastando gasolina (era una camioneta de seis cilindros y sólo cuatro personas), gastando nuestras energías. En un primer intento por poner orden, les puse las opciones: hotel barato, acampar en la carretera o dormir en el coche. Ellas dijeron que preferían quedarse en casa de un tipo que vivía ahí... Del que no tenían número, ni sabían donde vivía. Segundo foco rojo. En vistas de que su toma de decisiones no era muy lógica, cerré las opciones: hotel o coche. Ya era tarde, no teníamos el número del chico y no sabíamos si nos aceptaría a las cuatro en su casa. Dijeron que preferían acampar... Exacto: ¡pero los campings están inundados! ¿Expliqué mi punto?
Bueno. La primera noche terminó, pero al darme cuenta de la arbitrariedad con la que tomaban las decisiones cuyas consecuencias me implicarían, me estresé un poco sobre las siguientes noches y noté que la chica francesa estaba en la misma situación. Por lo menos ya no era la única. Hablamos por separado y empezamos a idear planes alternos, ahora que empezábamos a conocer a las otras dos. Nos dirigimos al siguiente punto turístico, me propuse olvidarme de preocupaciones y disfruté el momento. Es por personas así que siempre estoy pensando en el porvenir. Porque odio que mi comodidad y futuro dependan de otras personas, por eso planeo y busco alternativas. Excepto por esta ocasión, en la que creí ellas ya tenían todo planeado. Oh, Lore, tan ingenua que eres.
Cuando llegó la noche a cubrirnos con su manto de incertidumbre (ja), sólo sabía dos cosas: no iba a pasar una noche más en el auto y necesitaba alcohol para tolerar a las hermanas menores que nunca tuve. Así que en cuanto tuvimos acceso a Internet hice lo que cualquiera hubiera hecho en mi lugar: escribirle a mamá lloriqueando. De acuerdo, no. No lo hice. Busqué sitios para acampar y hostels en la zona. Información que serviría para nada y para todo cuando las señoritas anunciaron que se querían quedar en casa de otro tipo del que no tenían dato alguno. Después fuimos a información turística y nos dijeron de un departamento bastante económico, yo estaba cansada y le hubiera dado el sí de inmediato, pero concordaba en que la idea era no gastar así que no hice drama cuando sugirieron buscar algún hostel. Encontramos que todos eran más caros que el departamento y los baratos, obviamente, estaban ocupados. Una vez más era tarde, teníamos sueño, hambre y queríamos bañarnos. Más firme que la noche anterior, les dije las opciones: hostel incómodo de 140 pesos la noche o depa de 62.5 la noche. Obviamente el depa era la mejor opción, pero "es que la idea era acampar"... ¡¡!! ... ¿Qué les digo? Esa noche se ocultó sweet Lorraine y salió Lorenza.
Se requirió de mucha tolerancia de parte de mi amiga francesa y de mí para no ser groseras al momento de exponer nuestros puntos de vista sobre el gran dilema de esa noche, puesto que -por si fuera poco- los dueños nos dijeron que eran dos noches o nada, y existía la remota posibilidad (aunque yo sigo dudándola) de que un chico nos diera asilo a las cuatro el día siguiente. El mismo chico del que no teníamos dato... Luego el capricho de acampar regresó, aun cuando ya no era una opción. Una vez que logré convencerlas de que ésa era la mejor opción, nos instalamos, y mientras unas se bañaban, otras cocinaban. Al final, cenamos y bebimos tranquilamente como las mujeres adultas que éramos. Después de dos copas de vino, dos de esas mujeres se convirtieron en adolescentes y se empeñaron en salir de fiesta, a sabiendas de que iniciaríamos el día siguiente en cinco horas y que tendríamos mucho por caminar y disfrutar en las cataratas. La francesa y yo decidimos quedarnos y dormir, mientras que el otro par regresó diez minutos después de que sonara el despertador.
Al día siguiente nosotras disfrutamos plenamente el día: desde el tour hacia la garganta del diablo, donde terminamos empapadísimas y llenas de adrenalina, hasta las largas caminatas para recorrer cada una de las rutas y deleitarnos con diferentes vistas de las cataratas. Ellas se estaban durmiendo e incluso decían que no podían manejar de regreso al departamento, yo me opuse a conducir por dos razones: la primera incluye mi orgullo e ímpetu por enseñar una lección y la segunda, porque mi licencia internacional está vencida. La verdad es que nada me importaba, después de tremendos escenarios, de sonreír ampliamente sin parar y estar tan en contacto con la naturaleza, poco me importaba todo lo demás.
Ese día, a pesar de estar cansadas, sí teníamos ganas de salir a beber algo y regresar temprano para poder despertarnos nuevamente a las seis de la mañana e iniciar un nuevo recorrido ahora por Brasil. Sin embargo, como nuestras compañeras estaban indispuestas, nos quedamos a cocinar y beber mate. Al final creo que disfruté más beber mate y conocer un poco a mi compañera francesa. Cada vez nos entendíamos más y coincidíamos en más formas de pensar. Coincidimos en que, cuando viajas, debes hacerlo con alguien que quiera lo mismo que tú. Ni ella ni yo íbamos con el objetivo de embriagarnos a las cataratas, sino de conocer y hacerlo con pleno uso de nuestras facultades. No era nuestra primera vez fuera de casa, ni tuvimos que mentirle a nadie para hacerlo, nosotras mismas estábamos pagando por cada centavo y no podíamos acudir a papi en caso de mala administración.
Esa noche dormimos tranquilas, a pesar de que amenazaron con salir nuevamente, y el domingo disfrutamos de otra vista de las cataratas. Al terminar, tomamos camino para avanzar el viaje de regreso y paramos en Posadas, donde -nuevamente- no teníamos donde quedarnos. Sugerí buscar el hotel que nos había parecido barato, pero honestamente yo tampoco quería gastar más. La idea original era que fuera un viaje económico. La otra opción era volver a dormir en el auto. Claro, no contaba con los impulsos de las chicas que detuvieron el coche para pedirle asilo a cuatro chicos que estaban en una esquina platicando. ¿Quién se va a negar a darle asilo a una alemana, una francesa, una mexicana y una argentina que además tienen cervezas? Hubiera preferido pasar la noche en el auto. Cuatro chicas aventureras le piden asilo a cuatro chicos... Yo sí quería descansar y eso que no iba a manejar de regreso. Fue lo que les dije a las chicas, que ellos iban a esperar fiesta (si no más) y que ellas iban a conducir, que fueran conscientes de que tenían que descansar.
Ya con la cabeza fría, pensé que al ser tan joven el chico que nos albergaría era de esperarse que viviera con los padres. Eso me daba seguridad. Así que me relajé y pensé en la comodidad de tener un techo, dejar de estar sentada y poder usar un baño. Empezábamos a cocinar, pues nos moríamos de hambre y además necesitábamos preparar la comida para el día siguiente, cuando el chico nos llevó una charola repleta de empanadas de todo tipo. ¡La boca se me hacía agua! Comí un par, la francesa también. Otra de las chicas ya no quería quedarse ahí... Yo no pensaba moverme, había un espacio de cama destinado para mí y no pensaba cambiarlo por una opción inexistente. Ahora era yo la confiada y agradecida con la generosidad humana.
En ese viaje supe que la aventura tiene diferentes significados para cada cabeza, como muchos otros conceptos. Para mí, la aventura es no saber dónde acamparé, cuántas horas durará el viaje, qué comeré y en sí emprender un viaje. Para otros, la aventura implica manejar cansado y estado de ebriedad, drogarse todo el tiempo, pedirle asilo a desconocidos y andar de bar en bar coqueteando por una cerveza. No digo que esté mal tomar o consumir drogas, no soy una puritana, pero hay momentos y lugares.
Luego me di cuenta que quizá estoy envejeciendo, que mis aventuras son cada vez más controladas y no deben implicar malas posiciones para dormir porque sino no aguanto mi cuello. No sé. Digo, estoy aquí, en Argentina. Llegué conociendo únicamente vía online a tres o cuatro personas, sin haber visto en persona a quien me hospedaría. La otra teoría es que quizá somos más propensos a realizar estas aventuras cuando nosotros las controlamos, cuando hemos estado en situaciones similares y cuando estamos acompañados por nuestros amigos. Si yo estuviera acompañada de mi súper gemela, no me daría miedo ir a la India de mochilazo.
En las muchas horas de regreso me quedé pensando bastante, ya no sólo sobre las relaciones de pareja (que siguen siendo complicadas para mí), sino sobre la convivencia con otras personas, lo diferentes que somos. Una de estas chicas había estado viajando por el continente como mochilera, en un inicio me sorprendió demasiado su valor para hacerlo. Para pasar cada noche en una casa diferente, con personas que jamás ha conocido. Pensé que hace mucho que yo no tenía esa ingenuidad y confianza en la gente. El creer que alguien me recogerá en la carretera y me acercará a mi destino por mera gentileza humana... Mmmm, no sé. Por lo menos en México no lo haría.
Ella -como muchos- lo había venido haciendo como un estilo de vida, confiando en la gente, despreocupada del futuro, sin saber leer un mapa, despistada, con un español tímido, aceptando bebidas alcohólicas de cuanto chico lindo aparecía en el camino y pidiendo asilo a quien interceptara en la calle. Pero no lo había hecho sola, había iniciado el trayecto con su mejor amiga, luego se unió su hermano y en algún punto, su novio. Era la primera vez que estaba sola.
Y ése fue otro punto que me demostró la madurez que viajar acarrea: tú tomas las decisiones, tú enfrentas las consecuencias. Lo único que pensaba al dejarla en la frontera con Uruguay es que esperaba que su viaje cerrara tan bien como lo había iniciado, que ojalá aprendiera lo necesario por experiencias ajenas y no propias, que no perdiera esa inocencia, pero que fuera más cautelosa y hasta cierto punto desconfiada. Me di cuenta que la edad sí es sólo un número y demasiado relativo.
Ya con los pies en Córdoba y el cuerpo descansado, me di cuenta que lo que yo hice para venir a Argentina no estuvo tan alejado de lo que la chica alemana hizo. La diferencia es que yo llegué a un sólo couch y que ella lo hizo a través de una página que se dedica a eso. Quizá yo fui más osada/ingenua/confiada al venir sin tener referencias de quien me hospedaría y, si a ésas vamos, en este caso él también lo fue al abrirme las puertas de su casa.
Creo que es lo difícil de haber crecido en un país con tanta inseguridad, te hace creer que en vez de posibles amigos hay posibles ladrones de órganos. Y, como en todo, el balance es el ideal. Estar siempre con los ojos abiertos y las uñas afuera, pero sin llegar a matar la ilusión de que exista la bondad.
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