Alta lluvia en Alta Gracia
Cuando me dijeron que encontraría varios museos interesantes y paisajes muy verdes, me emocioné. Al saber que estaba a sólo 38 kilómetros de Córdoba, escogí el día y me preparé... Psicológicamente porque realmente no tenía mucho qué hacer más que levantarme temprano e ir a la pequeña terminal que está en el Mercado Sud y tomar el colectivo.
Justo fue lo que hice. Ese fin de semana sonaba interesante: Alta Gracia en sábado, trekking a la sierra en domingo. Pero no contaba con que Tláloc me siguiera a tierras sureñas e hiciera de las suyas, por lo que ese sábado fue muy distinto a cómo lo esperaba. Y eso que últimamente me he manejado bajo un concepto de cero expectativas para todo y todos. Sin embargo, sí esperaba poder caminar tranquilamente y hasta refugiarme en alguna casa de té o confitería para poder escribir.
Entonces, salí de la residencia y caminé a la terminal. No tenía idea a qué hora salía el colectivo, pero supuse que -como pasa con los que van a ciudades cercanas- sería cada 20 ó 30 minutos. Me iba acercando a los colectivos, vi uno que decía "Alta Gracia" y me subí. La vez que fui a Carlos Paz compré el boleto una vez que me subí, pero en esta ocasión al chofer no le pareció la idea y me retó (regañó) por haberlo hecho. Como a muchas otras cosas, no le presté importancia, me puse mis audífonos y tomé asiento.
Estaba emocionada porque, si bien estaba nublado, no había lluvia. La emoción me duró muy poco, pues las gotas empezaron a llegar antes de que yo llegara a Alta Gracia. No me desanimé, una lluviecilla mojapendejos (como dicen mis papás) no me iba a detener. Y no me detuvo, pero sí me mojó bastante y me hizo pasar una incómoda frialdad que casi llegaba a verse reflejada en mi sistema inmune.
La terminal de Alta Gracia es pequeña, era de esperarse. Contaba con lo básico: boleterías, un kiosco (tienda) y un sitio de información turística. Lo que no me esperaba era que en realidad hubiera alguien en este último lugar y que en realidad me dieran información útil. Me entregaron un mapa bastante explícito y la encargada me marcó el recorrido que tendría que hacer para visitar los museos y sitios importantes de la localidad. Me dio la impresión de que era algo muy recurrente.
En cuanto salí de la terminal, me sentí en un pueblo estadounidense. Las casas eran grandes, pero no muy altas; si bien no tenían largos patios verdes, sí estaban en calles amplias y aisladas. Atravesé el arroyo Chicamtoltina que estaba resguardado por grandes árboles verdes, aun a pesar del otoño, y la "lluviecilla" comenzó a atacarme, pero eso no me iba a detener, ¿recuerdan? Bueno, pues seguí y llegué sin mayor problema. Vi El Tajamar, un dique artificial muy bonito construido por los jesuitas y situado justo al lado del reloj público, frente a la estancia jesuita justamente. Misma a la que llegué tarde y no pude ingresar, me dijeron que abrirían después de las 15:30 (sufro aquí con esa forma de decir la hora) y pensaba ir.
Seguí el recorrido hacia la casa del Che, creí que me perdería, pero la verdad es que las indicaciones eran bastante fáciles, y la nomenclatura en -la gran mayoría de- las calles con la numeración que abarca cada cuadra es de gran ayuda. No tuve que recurrir a Google Maps en ningún momento. El problema esta vez no era de ubicación, sino de clima. La capucha de mi bucito (sudaderita) estaba sirviendo para todo y para nada; no era rompe vientos, no era gruesa y ya no estaba seca; mis zapatillas (tenis) no son impermeables, así que ya se estaban mojando, y mi pequeño cuerpecito titiritaba. Pensé en desistir y volver otro día, pero ¡nada me iba a detener!
No sé nada de arquitectura, pero sé lo que me gusta. ¡Y esa casa me encantó! Ese día aprendí que muchas personas eligen vivir en Alta Gracia por la frescura de sus aires, más que nada para los enfermos. Pensé que a mis papás les encantaría vivir ahí, y cuando conocí un poco de la vida de este hombre, al momento que escuchaba su obra, volví a mi estado de satisfacción total.
Terminado el recorrido, acudí al siguiente museo/casa de Gabriel Dubois, artista francés autor de varias esculturas situadas en Buenos Aires. Para ser honesta, si bien valoro el arte y aprecio la labor que cada pieza implica, no me fascinó este sitio. Lo que me gustó es que actualmente es utilizado como taller y que en la parte de atrás está una réplica de la escultura que le hizo a su esposa cuando falleció (la original está en el cementerio).
El frío ya no me importaba mucho, pero ahora tenía hambre y me dolían un poco los huesos por el frío... Ok, entonces sí importaba el frío. Mi ropa todavía estaba húmeda, por lo que mejor tomé camino hacia la terminal. Me perdería la estancia jesuita, pero ahora que conocía un poco cómo era todo por ahí, podría volver otro día que no lloviera. Además, digamos que después de estar años y años en educación católica-franciscana, eso no es precisamente una prioridad. Me interesaba la historia y arquitectura, eso era todo.
Y, bueno, terminé mi recorrido muy temprano. A la tarde ya estaba de regreso en la residencia, me pegué un baño y me dispuse a escribir... O por lo menos eso intenté, me ganó un poco el estar platicando con mis roommies (compañeros). Esas distracciones argentinas que me llenan tanto y de las cuales ya escribo también.
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