Uru-why Parte III
Esperábamos sentados en el colectivo que nos llevaría al barrio de la Boca. El río de la plata nos saludaba ya por el lado izquierdo. Creo que nunca había visto un mar tan triste. Hace muy buen contraste con la Boca. Tanto colorido y belleza latina, tan lleno de turistas, tan cercano de compatriotas que la quieren destrozar para conseguir un beneficio propio y de pronto ya no hablo de Boca sino de mí.
Contrario a lo que mucho se dice, no sentía inseguridad al estar en ese barrio. Inseguridad la que venía sintiendo desde esa primera salida con él en el Starlight, y definitivamente me sentí robada cuando supe de la compañía extra que él traía al viaje. Con estos pensamientos interrumpiendo, mejor opté por perderme en el colorido de las casas y en el río de gente que trataba de abrirse paso para tomar un poco de Argentina.
Al ir entrando a Caminito, nos topamos con un par de tipos que estaban sentados bebiendo mate y discutiendo como los buenos argentinos: a gritos y sin que se les entienda una bosta (ni madres). Uno de ellos, barbón y medio robusto, con apariencia idéntica al Diego captó nuestra atención. No pudimos evitar mirarlo, y él no pudo evitar esa oportunidad. El Diego se puso de pie y nos preguntó de dónde éramos: "qué chido, chavo del 8..." y otras mexicanidades fueron soltadas de inmediato. Prosiguió: "Vos no sos mexicano... ¿Quién es la novia?" Ella me señaló, y nosotros nos volteamos a ver. Sonreímos y tratamos de refutar, sin lograrlo. Fue ahí que nos dimos cuenta lo incómodo y confuso que esto seguía siendo. Al menos yo lo noté. Esas sonrisas no habían sido de felicidad o timidez.
Contrario a lo que mucho se dice, no sentía inseguridad al estar en ese barrio. Inseguridad la que venía sintiendo desde esa primera salida con él en el Starlight, y definitivamente me sentí robada cuando supe de la compañía extra que él traía al viaje. Con estos pensamientos interrumpiendo, mejor opté por perderme en el colorido de las casas y en el río de gente que trataba de abrirse paso para tomar un poco de Argentina.
Al ir entrando a Caminito, nos topamos con un par de tipos que estaban sentados bebiendo mate y discutiendo como los buenos argentinos: a gritos y sin que se les entienda una bosta (ni madres). Uno de ellos, barbón y medio robusto, con apariencia idéntica al Diego captó nuestra atención. No pudimos evitar mirarlo, y él no pudo evitar esa oportunidad. El Diego se puso de pie y nos preguntó de dónde éramos: "qué chido, chavo del 8..." y otras mexicanidades fueron soltadas de inmediato. Prosiguió: "Vos no sos mexicano... ¿Quién es la novia?" Ella me señaló, y nosotros nos volteamos a ver. Sonreímos y tratamos de refutar, sin lograrlo. Fue ahí que nos dimos cuenta lo incómodo y confuso que esto seguía siendo. Al menos yo lo noté. Esas sonrisas no habían sido de felicidad o timidez.
Palermo nos recibió cansados y sedientos. No sé si no busqué bien, si fue la falta de luz o la obscuridad que cada vez estaba más presente en mí la que me hizo pasar por desapercibida la belleza de este barrio. Me gustó su arquitectura, claro, pero por una razón lo puse al final del recorrido; sin embargo, el hecho de encontrar la Plazoleta Julio Cortázar tan desolada y tan ignorada me recordó a alguien que se crea expectativas sobre algo que supone tendría que ser extraordinario y al final resulta siendo una víctima más del vandalismo y la falta de seguridad... Y, una vez más, no estoy hablando de la plaza sino de mí. Ni empiezo a hablar de la calle Jorge Luis Borges. Ese escenario tan perfecto para vivir el invierno más frío al pensar que el autor anticipó esta noche y la escribió en su poema "Alguien".

El camino al hostel fue difícil para mi ego, y la noche lo fue para mi sueño. Eran cerca de las tres de la mañana y yo seguía abriendo los ojos cada tanto, en parte a causa de los australianos que habían decidido echar la peda afuera de nuestro cuarto y también por el resfriado que "no sé porqué" había decidido instalarse en mi nariz a penas cayó la noche. Me levanté un par de veces al baño, estaba mareada y mocosa, pero no sabía si era el alcohol y el resfriado o la realidad que recién me hacía efecto. Pasé la noche entre mocos y sueños malos. Desperté cuando sonó su despertador. Él debía despertarme otra vez y le había pedido que tuviera cuidado con la forma, como poniéndole una última prueba. Me despertó... Ya no recuerdo cómo fue esta vez porque ya había despertado. En ambos significados. Finalmente. Creo que tenía que hacerlo por mí misma y no por él, o por terceros. Muchos habían intentado despertarme, pero yo parecía querer soñando. Ya no volvería a cerrar los ojos por un buen rato, mas ahora vendría lo incómodo: enfrentarme a todas las minúsculas pruebas de mi iluso sueño. Una de ellas aún dormía en la cama de abajo.
...
Día 3
Le dimos los buenos días a Puerto Madero para llegar al embarcadero de donde saldríamos a Uruguay. Llegamos con muy buen tiempo a pesar de que el taxi demoró en llegar por nosotros. Fue mi turno de mostrar pasaporte y boletos cuando la encargada me dijo que mi permiso como turista estaba vencido y no podía dejar el país. "Siguiente" dijo ella mientras a mí se me bajaban los mocos hasta la punta de mis gélidos pies. Ellos me miraron y tampoco entendieron. Nos acercamos los tres. Le dije que no era posible, que mi permiso vencería al día siguiente (por eso estaba haciendo ese viaje). La mujer se enojó y como empleada que trabaja en día feriado me dijo que eran 90 días y no 3 meses como muchos suponemos. Todo esto en aquel tono de "ya te lo dije mil y un veces" y con cara de que no le dan los buenos días ni por error. Le pregunté si podíamos cambiar los boletos para una salida más tarde, a lo que respondió que no había salidas sino hasta el día siguiente. "Hay que ir a migraciones y pagar la multa." fue lo último que me dijo cuando siguió haciendo su trabajo.
¿Dónde chingados está migraciones, alcanzaré a ir, me alcanzará el dinero? El ferry regresa hasta las cuatro de la tarde, ¿qué voy a hacer todo este rato? No, peor, habré perdido casi 600 ARS. No, peor, ¿qué tal y esto se complica y no puedo regresar a México? Me bloqueé durante unos segundos. Él reaccionó y preguntó dónde estaba migraciones y cuánto costaba la multa. La buena noticia es que estaba súper cerca y costaba 300 ARS. Bueno, tirar dinero por una estupidez nunca es buena noticia, pero por lo menos era asequible. ¡Chingue su madre! Voy a tomar un taxi, voy a correr lo más que pueda y haré todo lo posible por regresar a tiempo para ir a Uruguay. Pensé. No porque tuviera muchas ganas de ir, sino porque tenía que cruzar una frontera si quería estar 90 días (no 3 meses como muchos suponemos) más en Argentina. Ya me veía llamándole a mi jefa diciéndole que no podría llegar a la clase del día siguiente porque estaba deportada. Todo esto pasaba por mi mente y las primeras lágrimas aparecieron. Él intentó tranquilizarme, me abrazó y me dijo que todo estaría bien. Demasiado tarde para ser "lindo". Ella dijo que fuéramos todos a migraciones, yo le dije que no, que ellos se quedaran. Demasiado tarde para creer en su lealtad, y muy a tiempo de volver a creer en mí misma. Me prestaron dinero para los taxis (recordemos que pagan los primeros diez días del mes y estábamos a 4) y corrí como si de eso dependiera mi vida.
Llegué a migraciones en menos de cinco minutos a pesar del tráfico de lunes a las 8 de la mañana. Tenía treinta minutos para pagar la multa y regresar. No había forma de que lo lograra, pero lo estaba intentando y no me daría por vencida. Ése era mi viaje y no iba a dejar que nada se interpusiera. Perdí un par de minutos al querer entrar por accesos equívocos, puesto que nadie me sabía decir cuál era el indicado (es complicado saber cuál es el indicado, ja). Ingresé. Vi una fila multirracial y confirmé que fuera ahí. Para mi mala suerte sí era ahí. Había como diez personas. Me acerqué a la ventanilla y puse la cara más tierna que jamás ha visto mi madre para contarle mi triste caso. El joven me respondió que no podía atenderme primero, fue muy profesional y respetuoso con los demás en su respuesta, pero me partió el corazón... Todavía más. Traté de controlar mi respiración y bajé los hombros relajando mi cuerpo y aceptando la situación, cuando la persona que seguía en la línea dijo que a ella no le molestaba que me ayudara. Al joven y a su rectitud no les simpatizó este gesto, pero yo casi los quise besar. Les agradecí enormemente. 8:15. "Pará. Tenés que ir por ashá. Sacá un turno en la letra de tu apeshido y esperá a que te shamen." You have got to be fucking kidding me!
Corrí como loca hacia la M. ¡'Ta madre! ¿Por qué no pude apellidarme con una letra menos común? Era la que más gente tenía y en la única en la que no estaba la encargada. Volví a hacer carita del Gato con botas versión Shrek y la volví a pegar. Esta vez era una señora argentina quien tenía el turno primero y quería ver si podía hacer ella el trámite de su sobrino uruguasho (pasa que él trabaja sin parar y no puede venir, ¿vijte?), pero si no se podía, me daría el turno sin problemas. Todas las letras ya contaban con un dependiente de gobierno atendiendo a la gente, excepto la ventanilla M. Maldita suerte. Se asomó la vieja, que estaba muy ocupada comiendo crioshitos (aprendí que les llaman 'bizcochos' en Bs As), y le dije: "disculpe, ¿nos puede atender?" "Aún no empiezo a laburar", dijo la hija de re mil putas. Por fin atendió a la tía del uruguasho diciéndole que los trámites eran personales. La tía bajó la sonrisa y me dio el papelito 001. No quise voltear a ver a la gente que llevaba esperando ahí quizá desde las siete. Faltaban cinco minutos para las 8:30 y ya no le debía nada a ningún país, pero todavía necesitaba cruzar esa frontera. Corrí hacia la Avenida Antártida Argentina y caminé en sentido contrario a los autos, rumbo al embarcadero, en busca de un taxi. Supongo que mi aspecto denotaba necesidad (además de su usual atractivo, ja) porque de pronto un Mercedes Benz puso sus luces intermitentes y se orilló. Un atractivo hombre vestido con traje y corbata me sonrió e invitó a subir... ¿Qué onda con mi día? Pura buena suerte... Claro que no me subí. Ni siquiera estaba pidiendo aventón. Capaz que el tipo quería hacer su acción del día y solo quería dar buena onda (entre otras cosas), pero ya estaba despierta, ¿recuerdas? Ya no más ilusiones.
Por fin encontré un taxi y le pedí que acelerara tanto como pudiera, que le pagaría de más. Parecía como si le hubiera dicho lo contrario. El viejo aceleraba tanto como mis posibilidades por alcanzar el ferry. 8:45. Ya valió madres. Llegué al mostrador solo para confirmar lo que ya sabía. La vieja se mostró sorprendida por mi acto, mira que haber pagado una multa en Capital Federal en menos de una hora no es cosa fácil. Si hubiera llegado cinco minutitos antes, lo hubiera alcanzado, me dijo, puesto que hubo un retraso. Hubiera, hubiera. No era momento para hubieras, ¿qué se podía hacer ahora? Buscar una zona wifi y ver qué actividad gratuita podía hacer durante cinco horas. "Podés comprar el boleto de las 10 AM". Bendita/maldita hija de puta, le estuve preguntando si había otra salida y me dijo que no. Bueno, por lo menos ya se veía más cercano el sellito en mi pasaporte. En eso recordé que ya no tenía dinero, ni "amigos" ahí... Se me cerró el mundo.
Me di cuenta que había wifi gratis ahí mismo donde estaba y tomé una medida desesperada: publiqué en Facebook preguntando si alguien tenía conocidos en Buenos Aires. Toda la gente que conocía y me podía ayudar estaba en Córdoba. Contrariamente a lo que muchos piensan, los likes no ayudaron. En México eran las siete de la mañana. Los bancos abren a las ocho, así que les mandé un audio a mis papás contándoles mi tragicomedia. Me preguntaron porqué estaba sola, y las segundas lágrimas aparecieron. Supieron que no era momento para eso y me tranquilizaron. Realmente no había motivo para llorar. Hice todo lo que estuvo en mis manos y más. Me harían el favor de depositar, hay muchos bancos cerca de casa y tenían una hora para hacerlo, pero algo dolía. Por primera vez dolió estar sola. Corrección: dolió estar mal acompañada.
Me di cuenta que había wifi gratis ahí mismo donde estaba y tomé una medida desesperada: publiqué en Facebook preguntando si alguien tenía conocidos en Buenos Aires. Toda la gente que conocía y me podía ayudar estaba en Córdoba. Contrariamente a lo que muchos piensan, los likes no ayudaron. En México eran las siete de la mañana. Los bancos abren a las ocho, así que les mandé un audio a mis papás contándoles mi tragicomedia. Me preguntaron porqué estaba sola, y las segundas lágrimas aparecieron. Supieron que no era momento para eso y me tranquilizaron. Realmente no había motivo para llorar. Hice todo lo que estuvo en mis manos y más. Me harían el favor de depositar, hay muchos bancos cerca de casa y tenían una hora para hacerlo, pero algo dolía. Por primera vez dolió estar sola. Corrección: dolió estar mal acompañada.
Ya resuelto eso, me di cuenta que tenía mucha hambre. Cada vez me sentía más mal físicamente. Tanto correr no le había hecho bien a mi resfriado. Caminaba sin ganas, pero con fuerza. No me sentía mexicana, ni argentina, ni mujer, ni amiga. Era un ente que se movía con la certeza de que esto tenía que pasar. Crucé la Avenida Don Pedro de Mendoza y caminé adentrándome en el barrio sin mapa y sin saber que estaba entrando en La Boca. Mi exceso de confianza y falta de atención no tuvo consecuencias negativas en esta ocasión. Entré a un pequeño súper y compré un yogur. Luego pasé a la frutería y compré una manzana. Regresé a la zona wifi e hice lo único que me es tan natural como respirar: escribir. Le escribí a mi mejor amiga y me di cuenta que tenía varios mensajes cordobeses respecto a mi desesperada publicación en Facebook. Dieron las once y me subí sin sonrisa en el rostro. El agua plateada, el cielo gris, los mocos en mi nariz, la marea, nada ayudaba. Me empecé a marear. Quise vomitar. "No me puede estar pasando esto..." pensé. "¿Por qué no? ¿Quién eres para estar exenta de esto? A toda acción le corresponde una reacción. Esto es lo que pasa cuando no prestas atención. Cuando confías de más." me dijo enojada esa voz que por tanto tiempo relegué.
Llegamos a Colonia. Agradecí el suelo firme. Fila para migraciones de Uruguay... Qué divertido es viajar. Después de analizar un letrero escrito con muy mal inglés, noté que era mi turno. El chico analizó mi pasaporte y regresaron los nervios. Selló mi pasaporte y me dejó ir. Lo logré. ¡Estaba en Uruguay! Entonces me sentí como los pececitos al final de la película de Buscando a Nemo. ¿Y ahora qué? ¿Qué carajos se hace en Colonia? ¿Dónde carajos cambio dinero? Espera, no traigo efectivo. ¿Dónde carajos hay un cajero? ¿Cuánto vale un peso uruguayo? Ya lo iría descubriendo. No podía exigirle más a mi cuerpo y a mi espíritu, que aunque debía sentirse vencedor, estaba por derrumbarse. Encontré una zona wifi en el embarcadero y recordé que ellos estaban aquí. Habíamos quedado en escribir por si algo cambiaba. Hasta ese momento me di cuenta que ellos ni por error me habían escrito. Qué se podía esperar, ¿no?
Llegó la hora de regresar. De vuelta en Buenos Aires. Sello de entrada: "tiene 90 días, señorita, que no se repita esto". Colectivo hacia el hostel. Bajamos por las maletas. Subte hacia Retiro. Mi primera vez en el metro argentino. Yupi. Ya quería volver a Córdoba. Saqué los pasajes de mi mochila. Pasajes a precio de estudiante gracias a que mis resis (roommies) me hicieron la gamba (el paro). No debí habérselos pedido. No se lo merecían.
Cinco de la mañana, veo el arco de Córdoba. Ya había hecho este recorrido antes. Veo Súper MaMi. Ya llegamos. Estoy en casa.
Cinco de la mañana, veo el arco de Córdoba. Ya había hecho este recorrido antes. Veo Súper MaMi. Ya llegamos. Estoy en casa.
...
Día 4
Ellos se quedarían en Córdoba. Y mis roommies, que conocían toda la historia, movieron cielo, mar y tierra para dejarnos la habitación. Las visitas fueron conmigo hacia Capitalinas y esperaron en el café de abajo mientras yo daba clase. Conocieron a uno de mis alumnos y una de mis compañeras, quienes les recordaron del dólar paralelo, y les dieron la mejor buena onda -aun sin merecerla-. Caminamos hacia Gaps, pues mi jefa quería verme. Entré esperando la calidez usual y el olor a mate, pero me encontré con que mi jefa estaba muy molesta. "Catrasca". Creo que no tenemos término en México para alguien que se manda cagada tras cagada, tal vez lo erijan en mi honor.
Los llevé a conocer el centro y Nueva Córdoba. Les mostré los museos y lugares que podrían conocer mientras yo iba a mi clase vespertina. Después de comer unas buenas milanesas napolitanas cocinadas por mí, me dijeron que se irían al día siguiente... No supe qué sentir... Él no había dejado de escribir un solo día desde mi partida, visitó a mi mamá cuando enfermó, luego dijo que iría a visitarme. Meses después me dijo que iría ella también. Y ahora era ella quien me decía que partirían hacia el norte del país con rumbo a Perú... Él me había dicho que viajaríamos enseñando inglés por Latino América. Él me había invitado a pasar navidad con su familia. Él me había dicho que me quería. Él me había besado, abrazado... y lastimado. Pareciera que apenas puse pie en Córdoba y me olvidé -otra vez- de la calle Jorge Luis Borges, del Diego en Caminito y de Uruguay. Qué memoria tan selectiva y autodestructiva.
Después de las cinco tuve que ir a trabajar. Mis alumnos, como siempre, me hicieron el día y a pesar de que estuve a punto de llorar cuando les platiqué sobre mi aventura en migraciones, logré contenerme. Llegué a la resi y ahí estaban mis amigos. Me recibieron con unas buenas birras en la terraza. Qué bien se sintió verlos. Mis argentinos favoritos. Había pretendido que Meme, mi gran anfitrión, los conociera. Supongo que una parte de mí quería que se conocieran para que él se diera cuenta de que Meme era realmente mi amigo y nada más. Ahora eso ya no importaba mucho, pero igual caía bien su compañía un rato. Fuimos a cenar y, como es su costumbre, nos deleitó con un platillazo y vino. Ella se esforzó en socializar. Él no abrió la boca más que para ingerir los alimentos. Solo eso faltaba. Me disculparía después con Meme. Era hora de dormir. El día siguiente sería el último, así que apenas entramos al cuarto comenté que ese miércoles en específico sería largo. Normalmente salía de casa a las 8 AM y regresaba a las 4 PM, pero ese día tendría una entrevista en una academia de idiomas (historia laboral pendiente)... Se había quedado dormido. Genial. Pues que les vaya bien. Que se las ingenien para comprar sus boletos y para llegar a la terminal.
Ese miércoles el camino desde el Cerro hasta Nueva Córdoba nunca me pareció tan largo. Estaba emocionada porque me habían dado el trabajo en la academia, y me había gustado mucho el lugar. Estaba contenta porque había visto a ése que me había hecho sonreír frente al celular mientras esperaba en el hostel aquel primer día. Una parte de mí estaba tranquila porque estaba aprendiendo que mientras unas historias cierran dramáticamente, otras se van escribiendo a la par. Si termina mal es porque aún no termina. El puente que conecta el Parque Sarmiento con el Parque de las Tejas me saludó otra vez. Caminé con determinación y firmeza. Había estado elaborando el mejor de los discursos. No me quedaría así. Basta de ser utilizada. Pensé en la posibilidad de no encontrarlos. Abrí la puerta de madera y ahí estaban... Caminé con ellos hasta el Museo de Ciencias Naturales y el, aún no inaugurado, Archivo Histórico. Quería tiempo a solas con él, pero ella nunca lo permitió. No iba a mendigar un minuto más de su (his) tiempo. Y no iba a quitarle (her) otra oportunidad de ser la damisela en peligro que no sabe cómo resolver sus problemas como sucedió en Palermo. "Tú ganas. Llévatelo." quise decir. Sentía tanto enojo por no poder decir todo lo que pensaba. Sentía tanta tristeza por haberme dejado usar de esa forma, tanta vergüenza porque mis nuevos amigos, alumnos y compañeros hubieran hecho cosas por ellos. Nos despedimos. Él me dijo que hablaríamos en diciembre, a mi regreso, y no pude evitar llorar. Lo que no supieron fue que no fueron lágrimas de tristeza.
Tan ambivalentes los seres humanos, que sonríen cuando no son felices y lloran cuando no están tristes. Tan indecisos y tan cobardes que alargan una primera cita y terminan una amistad. Tan compatibles y tan equivocados. Los brazos en los que no me equivoqué al elegir fueron los siguientes que me contuvieron al regresar a casa hecha un mar de lágrimas. Todo el río de la Plata estaba en mi cara, pero también lo estuvo Karen; al igual que estuvieron Fede, Daniel -Perú- y Tere un par de meses después, cuando me enteré que ellos ya eran novios. Esa noche quise tener pésima memoria. Deseé deshacerme de todo. De él. De ella. Deseé desaparecer y no estar viviendo esa humillación. Deseé no ser parte de su historia de amor. Deseé que tuvieran un final tan trágico como el mío con él, o el de ella con su "amado" novio. Lo bueno de todo esto era que éste sí era el final. Ya no tendría más dudas de que ella no era una persona sana y mucho menos amiga mía (o de alguien). Ya no tendría más invitaciones de él que me hicieran cambiar de opinión sobre no verlo más; salidas que parecían ser solo para mantenerme cautiva y ser él quien decidiera no dar el paso, estrategia que se vio frustrada al mencionarle mi inminente viaje. Ya no habría países de por medio que le impidieran venir a restregarme que era él quien decidía no estar conmigo. La competencia había terminado, y yo -sin siquiera saberme participante- había ganado.
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Día 361
"Si algo termina mal es porque aún no termina realmente." La cena, las birras, y la buena onda de mis amigos, alumnos y compañeros había sido por mí, no por "mis" visitas. Lo hicieron porque era lo que yo quería y parecía hacerme feliz. Me di cuenta que el verme confortada por personas que cinco meses atrás eran desconocidos, que el sentirme valiosa sin él o cualquier hombre era el verdadero final feliz. El final de mi historia con ellos y el nuevo inicio de muchas otras en mi viaje.
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