Error de errante Parte I

Julio de 2014

No es fácil vivir lejos de la familia. Algunos no tienen otra opción... Bueno, la verdad es que siempre hay opciones, pero en ocasiones lo más adecuado es hacer ese cambio. Sobre todo en cuestiones laborales que auguran un crecimiento profesional, monetario o cualquiera que sea el motor. 

Pero, ¿qué pasa por la cabeza de aquellos que se alejan por gusto propio? Para algunos, es de masoquistas alejarse de su núcleo; para otros, falta de amor hacia la familia o hasta egoísmo. Para mí, es salir de mi zona de confort y ampliar mi percepción de TODO.

Incluso cuando la decisión de vivir lejos de casa es propia, no estoy segura dónde acaba ese espíritu hambriento de conocimiento y dónde inicia el miedo a establecerse en un punto fijo. Lo que sí sé es que la rutina es a lo que muchos le tememos. Evitamos trabajar en actividades repetitivas, aunque a la mayoría nos gusta laborar bajo un marco que conozcamos; eludimos compromisos a largo plazo, llámense planes telefónicos, tarjetas de crédito y compras a crédito en general; algunos incluso rehuimos de relaciones que pudieran atarnos a un futuro rutinario y predecible... O a un futuro en sí.

La mejor opción para este grupo de gente que a simple vista le teme al compromiso y tiene un indudable complejo de Peter Pan es viajar. El placer que esto conlleva es inmenso: nuevos escenarios, clima distinto, hábitos, tradiciones, acentos, idiomas, personas, todo es diferente. Sin embargo, nada puede ser nuevo por siempre. Es un ciclo. Mi teoría es que, para el que no tiene mucho dinero, tres o cuatro meses es lo ideal. En el primer mes cada detalle es más sorprendente que el anterior; en el segundo, empiezas a adaptarte y a digerir la información recibida en el mes previo; en el tercero, ya conoces el caló, las formas y hasta caminos, comienzas a habituarte y -quizá- a valorar tus raíces. Finalmente, sabes que hay una fecha de regreso así que te dispones a disfrutar de cada detalle una vez más, al mismo tiempo que saboreas regresar a casa para ver a tu familia, amigos y reiniciar este proceso de adaptación.

Cuando hay dinero es un poco distinto. Es probable que ni siquiera tengas tiempo para extrañar, dado que siempre estás ocupado haciendo diferentes actividades (que requieren dinero): conociendo pueblos, museos, bares, restaurantes, escalando, nadando, caminando, esquiando, ando, iendo... Esto no pasa cuando el factor económico es finito y debe ser administrado con cuidado para cubrir necesidades básicas. En este caso, si se desea prolongar la estadía, lo ideal es trabajar. Y ahí se pinchó el sueño. Regresamos a la rutina, sólo que ahora en un escenario y clima distintos. Inapelable rutina, fiel acompañante de la clase trabajadora y némesis del errante soñador.

La solución es simple: disfrutar cada día como si fuera el último. ¡Súper fácil! Bueno, qué sé yo, quizá para algunos esto es en verdad sencillo. No para mí. No cuando un día implica trabajar, comer y dormir, sin siquiera tener el simple placer de compartir alguna de éstas con alguien a quien en verdad quieras o con quien tengas un vínculo fuerte. Ya sé, es contradictorio y poco probable que un nómada del siglo XXI intime si no se establece, pero, bueno, las necesidades siguen siendo las mismas. Cuando empiezas a limitarte en placeres (llámese alcohol, comida, sexo) por razones de salud mental y física es más complicado. El refugio-placer se reduce a estímulos intelectuales y la idílica esperanza de encontrar otra mente con quien compartir esta sarta de nimiedades.

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29 de marzo de 2015

Lo anterior descrito es un claro ejemplo de que el presente, justo como el lugar, se vuelve insatisfactorio cuando lo haces tuyo. Cuando llega la rutina, y tú estás en negación.

Hace un año, mi presente era envidiable para los que se sienten identificados con este escrito: iniciaba la aventura más emocionante de mi vida (hasta ahora) en el sur de América. Muchos ignoran la belleza del país en el que decidí vivir. Es una pena. Aunque tal vez eso significa que Argentina no es para todos.

La condición humana, sin embargo, se encargó de hacer mi presente evidente. Añorando así a mis amigos, a mi familia, mi ciudad, y a un hombre que ya no existía (o que quizá nunca existió).

Una trampa. Eso es lo que es. Una vez que te envuelves en el presente de tal forma que no te deja nada nuevo, más que ambiciones; es ahí cuando la mente proyecta esos momentos pasados que parecen tan perfectos, pero que si despiertas un poco, alcanzas a recordar que aun ahí no había plenitud. Querías vivir una nueva historia, estar en un nuevo escenario, con nuevos personajes.

Ahora pasa lo mismo. Recuerdo y anhelo estar en el sur. En el presente perfecto que también caducó. Y la evidencia está en el escrito anterior, donde después de cuatro meses ya extrañaba la compañía de mis vínculos fuertes.

Entonces, ¿será esto como decía Schopenhaüer? ¿Una cadena interminable de necesidades creadas que, al no ser satisfechas, nos llevan a cuestionamientos existencialistas?

Tal vez. Y ése es el error de nosotros, los errantes...




                                                                                    Esto sonaba en todos lados. Y en mi mente resonaba.

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