A los que no conocemos
La lógica dice que para querer a una persona hay que pasar tiempo con ella, conocerla, aceptarla y así. Me arriesgué a hablar de lógica porque cuando se trata de amor, lo que menos hay es sentido común o razonamiento. El punto del que quiero hablar es de cuando ese sentimiento que te hace sonreír sin motivo aparente, ése que hace que los días fríos sean llevaderos, y el mismo que nos hace escribir sin censura, vive en ti sin siquiera haber conocido a quien los provoca... ¿Qué?
Hablo de aquella sensación de paz y alegría que provocan esas pequeñas viditas cuando aún están en proceso de preparación para llegar al mundo. Claro está que depende mucho de las circunstancias, pero creo que hasta cuando no son las óptimas, el ver a un ser tan susceptible derrite al más frío. Mientras más cercana la relación familiar, más amplia la sonrisa.
Al menos eso es lo que ha venido pasando en mi experiencia. Me he desmoronado cada que mi hermana me ha soltado el: peri, ¿qué crees? previo a la noticia. Y cada ocasión ha sido distinta. Con el primero todo fue nuevo. Al ser la más pequeña de casa, no sabía lo que era tener un bebé en casa: los cuidados al cargarlo, la contemplación mientras duermen, el arte de cambiar el pañal sin ensuciarte, adivinar la razón del llanto, tolerar el llanto, hacerlos eructar tras cada comida y no dejarlos dormir sin haberlo hecho; reír como idiota con cada movimiento tierno que hacen y pretender enseñarles todo lo que sabes. No podía dejar de hablar de él (creo que harté a todos mis compañeros de la universidad), tomarle fotos y cargarlo.
Para el siguiente fue muy diferente. Me había ido a Estados Unidos y sabía de antemano que nacería en mi ausencia. No pretendo que suene dramático, pero ha sido uno de los sacrificios más grandes que he tenido que hacer. Ya sabía lo que se sentía tener un nuevo miembro en la familia, y no quería perdérmelo; por otro lado, vivir una experiencia como la que me esperaba Nueva York... Dudaba mucho que pudiera volver a repetirse. Por lo menos, no de manera gratuita, no con la edad que tenía, no con esas personas. Todos saben cómo terminó esa historia.
A finales de octubre del año pasado, seguía deliberando sobre mi futuro cercano. Postergaba la fecha para comprar mis boletos para Argentina, sin embargo sabía que debía hacerlo antes de diciembre. Llega noviembre y con él una gran promoción en una agencia de viajes. Dos días antes de comprarlos surgió una de esas confidencias fraternales que me hizo sonreír, inmediatamente pedí que esta vez fuera una nena la que llegara. Después volví al presente y me di cuenta que no estaría para verle nacer... Consideré postergar mi partida, pero ¿hasta cuándo? ¿Hasta que ya pudiera hablar y me dijera con voz tierna que no me fuera? Justo como lo hicieron los otros dos enanos. Después de mojar los hombros de varios amigos, compré los boletos. Siempre se sacrifica algo.

Quizá yo no llegue a tener hijos, por lo que el nacimiento de estos niños significa mucho para mí. Y cuando supe que ésta sería niña, mi corazón latió más rápido. Qué ganas de enseñarle todo lo que he aprendido como mujer. Qué ganas de que sea una mujer revolucionaria y libre. ¡Qué ganas!
Una de las esperas más hermosas que he vivido. A pesar de que no estuve ahí y de que aún no la conozco, es increíble cómo la amo. Y justamente ése es el punto de este escrito: la marejada que alguien desconocido puede provocar. ¿Será que lo idealizamos? ¿Será que esperamos algo de esta persona? Tal vez inconscientemente anhelamos que esta nueva oportunidad dé su mejor y nos ayude.
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Lo mismo pasa con esos otros con quienes nos vemos viajando por el mundo, compartiendo tardes de domingo y hasta discutiendo quién entendió mal las indicaciones. Los amamos y aún no los conocemos. Porque, de alguna forma, sabemos que el sumarse a nuestra vida será algo positivo. Estoy segura que también hay idealización de por medio, la evidencia está en las primeras líneas de este párrafo. Mas creo que ya es algo inherente.
Por seguro tengo que a una de estas dos personitas la conoceré en diciembre. La abrazaré tan fuerte como sea seguro para ella, la besaré tanto como sus mejillas resistan, la cargaré, no prometo cambiar sus pañales, pero daré apoyo moral a quien lo haga. La veré crecer y estaré ahí siempre que quiera un consejo de la tía que está en onda... Creo que al utilizar esa frase quedé descartada, pero igual no tiene muchas opciones la pequeña.
Al otro... No sé siquiera si lo conoceré algún día. Mientras tanto seguiré meciéndome en los brazos equivocados y sonriéndole sin conocerlo.
A finales de octubre del año pasado, seguía deliberando sobre mi futuro cercano. Postergaba la fecha para comprar mis boletos para Argentina, sin embargo sabía que debía hacerlo antes de diciembre. Llega noviembre y con él una gran promoción en una agencia de viajes. Dos días antes de comprarlos surgió una de esas confidencias fraternales que me hizo sonreír, inmediatamente pedí que esta vez fuera una nena la que llegara. Después volví al presente y me di cuenta que no estaría para verle nacer... Consideré postergar mi partida, pero ¿hasta cuándo? ¿Hasta que ya pudiera hablar y me dijera con voz tierna que no me fuera? Justo como lo hicieron los otros dos enanos. Después de mojar los hombros de varios amigos, compré los boletos. Siempre se sacrifica algo.

Quizá yo no llegue a tener hijos, por lo que el nacimiento de estos niños significa mucho para mí. Y cuando supe que ésta sería niña, mi corazón latió más rápido. Qué ganas de enseñarle todo lo que he aprendido como mujer. Qué ganas de que sea una mujer revolucionaria y libre. ¡Qué ganas!
Una de las esperas más hermosas que he vivido. A pesar de que no estuve ahí y de que aún no la conozco, es increíble cómo la amo. Y justamente ése es el punto de este escrito: la marejada que alguien desconocido puede provocar. ¿Será que lo idealizamos? ¿Será que esperamos algo de esta persona? Tal vez inconscientemente anhelamos que esta nueva oportunidad dé su mejor y nos ayude.
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Lo mismo pasa con esos otros con quienes nos vemos viajando por el mundo, compartiendo tardes de domingo y hasta discutiendo quién entendió mal las indicaciones. Los amamos y aún no los conocemos. Porque, de alguna forma, sabemos que el sumarse a nuestra vida será algo positivo. Estoy segura que también hay idealización de por medio, la evidencia está en las primeras líneas de este párrafo. Mas creo que ya es algo inherente.
Por seguro tengo que a una de estas dos personitas la conoceré en diciembre. La abrazaré tan fuerte como sea seguro para ella, la besaré tanto como sus mejillas resistan, la cargaré, no prometo cambiar sus pañales, pero daré apoyo moral a quien lo haga. La veré crecer y estaré ahí siempre que quiera un consejo de la tía que está en onda... Creo que al utilizar esa frase quedé descartada, pero igual no tiene muchas opciones la pequeña.
Al otro... No sé siquiera si lo conoceré algún día. Mientras tanto seguiré meciéndome en los brazos equivocados y sonriéndole sin conocerlo.
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