Extraño extraño

Es raro, pero hay días en que recibimos (o percibimos) más afecto de algún perfecto extraño que de nuestros allegados. Y lo extraño también puede llegar a ser el lugar donde esto pasa. Bueno, espero que sólo sea mi caso y que ustedes tengan vidas afectivas más llenas que la mía... No, la verdad espero que haya más iguales a mí. 



DF
Fui por cuestiones laborales y estaba temerosa pues -como muchos ya saben- mi padre tiene el mismo respeto por esa ciudad como Homero Simpson por Nueva York; así que, además de los nervios por llegar a tiempo y de hecho encontrar el lugar donde sería el taller, también estaba preocupada por no ser asaltada.

Cuando por fin encontré el lugar me alegré de saber que tenía una hora libre para relajarme con un café y mi libro antes de iniciar el curso. Me acerqué a una mesa desde donde se apreciaba una hermosa vista al bosque de Chapultepec, un momento después se acercó un señor para preguntarme si todo estaba en orden, afirmé y aproveché para confirmar que el evento en efecto fuera ahí. El señor desconocía la temática del evento a desarrollarse, por lo que le pidió al jefe de meseros que investigara.

Mientras tanto, el señor se encargó de llevar a mi mesa una canasta con pan dulce, fruta y un café; se sentó y comenzó a hacerme preguntas. Por un instante me sentí incómoda. ¿Por qué es tan atento conmigo? ¿Por qué quiere saber de mí? Después, mi botón de autoprotección se disparó y la paranoia arribó: ¿para qué usará esa información? ¿será que me vio saludable y quiere usar mis órganos? ¿y si le gustan las morenitas pueblerinas pseudo intelectuales? O peor aun: ¿y si quiere iniciarme en algún negocio multinivel?

Dos tazas de café más tarde supe que el señor había estudiado medicina, que amaba a sus hijos por sobre todas las cosas y que tenía una perspectiva envidiablemente optimista sobre la vida: donde la belleza estaba en cada detalle, nuevas oportunidades en cada esquina y amigos potenciales en cada cliente. Cuando finalmente nos indicaron dónde sería el taller al que yo iba, el señor insistió en que me fuera en taxi. Hacía frío, chispeaba y faltaban 15 minutos... Básicamente era por esto último.

No quise tomar un taxi y mejor me apresuré (no, no llegué tarde). Sin embargo, el señor insistió en darme el número de un sitio de taxis seguros y su tarjeta, para lo que se ofreciera. No me dejó pagar lo que había consumido. ¿Por qué lo hizo? Porque pudo. 

Una vez que terminó mi curso y tomé el taxi de regreso a la central, el taxista fue otro motivo para sonreír: en lugar de quejarse por el tráfico, agradecía tener trabajo. Me platicó que estaba estudiando inglés, lo practicó un poco conmigo y supe que tenía una carrera que no había podido ejercer. En ese momento también me sentí agradecida no sólo por tener trabajo, sino porque fuera en lo que había querido cuando estaba en la universidad (aunque meses después renunciara).

NY
Recién me habían entregado la camioneta que manejaría, apenas y reconocía la calle donde vivía. Mi host-mom me contactó con otra niñera y quedamos en ir a tomar un café. Mi camioneta no tenía GPS, así que lo más parecido eran los mapas que me hacía mi host-mom, me ubicó el Starbucks al que iríamos y llegué sin problemas. 

Regresar a las 10 de la noche -cuando ya todo estaba muerto- fue lo complicado. Estaba que me cagaba de miedo, manejaba por una avenida donde mi lado derecho era bosque interminable y donde en el izquierdo debía aparecer la calle en la que vivía. Lamentablemente para esta neo-neoyorkina, no había taquero, niños jugando, ni doñitas sentadas afuera de sus casas a quien pedir indicaciones. Pero entre las mil y un vueltas que di en cada una de las calles de Larch-fucking-mont vi a un par de viejitos que finalmente me tranquilizaron, me indicaron la calle y me hicieron ver que en la esquina de mi destino había una iglesia y una estación de bomberos (duuuuuuh!).

La idea es que todos hemos recibido palabras de aliento de perfectos desconocidos que bien pueden ser desechables, pero que a veces llegan en momentos idóneos. La plática de pasillo con la persona del aseo, la queja con el taxista o la extraña ayuda caída del cielo de algún extraño. Estas personas, así como las que te ven en la calle y te dan los buenos días son un buen ejemplo de gentileza y humanismo. La gota de agua que hace la diferencia para los que vemos el vaso medio vacío.

¡Salud!

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