¿Comer o ser comido?
En la sociedad actual esta frase prevalece, pero con una connotación distinta. Y, es que, el comer ha pasado de ser una necesidad fisiológica a ser una necesidad social. Por lo menos hasta ahora no he logrado presenciar (o llevar a cabo) la idea de tener una reunión sin algún tipo de alimento: llámese café, cerveza, helado, comida, cena.
No digo que la comida sea mala, no digo que convivir en la mesa o comer constantemente sea malo. Es natural sentir hambre, pero es igualmente natural sentir saciedad. El problema es que muchos solemos comer por tiempo y no por cantidad. Si no, ¿por qué se come en el cine? ¿En serio necesitamos comer durante una hora y media para saciar nuestro apetito? ¿Es que el hambre se va automáticamente cuando termina la película?
No pretendo señalar o criticar los hábitos que ya son tradición en nuestra cultura (y en algunas otras), sino despertar un poco de la realidad que muchos vivimos. Desconozco si en otros países sucede el mismo fenómeno, pero en México la comida es el punto central de todo acontecimiento social. Y para el que sabe que en México cualquier motivo es bueno para festejar, puede deducir que la comida siempre estará presente.
Es enero, hay rosca de reyes con su respectivo atole calientito; febrero: los tamales correspondientes al día de la Candelaria, y chocolates, paletas e infinidad de postres en forma de corazón; marzo-abril: comida de cuaresma que incluye mariscos, capirotada, torrejas y otros que no conozco. Mayo: hay que celebrar a las madrecitas con un buen mole, pozole o el platillo de su preferencia; junio-julio: vacaciones equivalentes a ocio y gusgueo. Llegamos a la mitad del año.
Agosto... Bueno, algo se debe celebrar en agosto; septiembre: a festejar el mes patrio con unas buenas enchiladas, flautas, gorditas, pozole y algo más. Octubre: para quienes festejan Halloween, hay dulces para aventar; noviembre: pan de muerto,
alfeñiques y dulces en forma de calavera; diciembre: inician las posadas
con sus aguinaldos, y finalizamos con las sustanciosas cenas de Navidad (que
casi siempre son más de dos) y Año Nuevo.
Esto sin mencionar
los cumpleaños, bienvenidas, despedidas, bodas, primeras comuniones y reuniones
casuales en las que la entrada suele ser duro de puerco con salsa de bandera
(pico de gallo), taquitos dorados, papas fritas o frituras de harina
abastecidas con salsa picante; el alcohol, con su respectivo refresco, tampoco
puede faltar. ¿Cuántas calorías vacías llevamos ahí? Cada quien sabrá cuánto comió por convivir y no por hambre.
Debes ser un maldito afortunado si al comer todo esto no subes ni un méndigo kilo, si eres como tu mortal narradora ya destrozaste la báscula y un poco de tu autoestima. No es noticia que México tiene el número uno en obesidad (y todavía nos preguntamos porqué), pero ¿qué pasa cuando alguien intenta comer de una forma distinta? ¡Oh, pecado!
Si -como yo- has intentado aunque sea una vez decirle no a las garnachas previas al asado con los amigos, al tradicional menudo/pozole/loquesea de tu abuela, a las miches de a litro, a las palomitas/nachos/loquesea en el cine, a los tacos/jochos después del antro, ya sabes que de entrada te enfrentas a un: "ay, nomás uno", "¿a poco estás a dieta?", "ay, ¡qué payas@!" O sea: presión social. Muchos caen y se pierden en el qué tanto es tantito.
Ahora viene la ironía: vivimos en una sociedad que te critica por no querer comer carnitas grasosas, tomar litros de azúcar y aparte echarte el postrecito, sin embargo tú pasas a ser la comidilla si ya se te nota el muffin top. ¡Uy, cuidadito! Me atrevo a decir que esto es más riguroso para las mujeres. Es increíble cómo dejamos la dieta de lado y nos comemos vivas (tudum pss), pero en otro momento hablaré sobre eso.
Muy de la mano va la cuestión mediática, los estándares que desde pequeñas creamos y creemos. Las Galileas Montijo, Nineles Conde y demás mujeres voluptuosas que hacen que nos traguemos (ja) la idea del "estereotipo latino". ¿O sea que si no tengo nalgas grandes no soy latina? Dejando eso de lado está la incongruencia en la comida que estas personas llegan a anunciar. Son mensajes que vamos dando por hecho y que a largo plazo no podemos discernir.
Siempre caigo en la conclusión de que la educación es la clave (¿qué puede puede decir la teacher?), pero es increíble cómo aún viviéndolo en nuestras propias carnes seguimos señalando al que busca no ser parte de la población enferma. ¿Será que buscamos refugio en ese momento orgásmico que nos trae un pedazo de chocolate? ¿Será que preferimos ocultar nuestros miedos en capas de grasa? Un país, una cultura que refleja su ignorancia en su cuerpo y adereza su mente con ideales televisivos que nunca, nunca alcanzará.
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